A todos nos ha pasado: estamos hablando con alguien mayor que nosotros y sucede algo extraño: la conversación comienza a «costar trabajo». Tenemos que explicarle a la abuela cómo es posible tener amigos en Ámsterdam y platicar con ellos en tiempo real gracias a un sistema llamado Skype. Las consecuencias de este tipo de desfases van desde un deterioro en el ritmo de la anécdota –que arruina el perfecto final que ya no da risa– hasta una serie de «avionazos» certeros o enormes sermones.</P> <P>Pero, aceptémoslo, también hemos estado del otro lado. Mi hermano, únicamente algunos años menor que yo, tiene un afán desmedido por compartir su vida por Facebook y no soporta la lentitud de El bueno, el malo y el feo. Yo no lo entiendo.</P> <P>Por lo general, nos toma unos momentos darnos cuenta de que las personas de distintas edades simplemente entienden las cosas de manera diferente. No sólo es cuestión de las etapas de vida de una persona: nos encontramos frente al famoso gap generacional